Té negro de Las Violetas + otras dos variedades que fui probando estos meses

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Coffee and cigarettes (2003) de Jim Jarmusch  

 El otro día pensaba en la función social del té, que es más un motivo de encuentro que una bebida. Al milisegundo me di cuenta que es algo que pasa con casi todas las bebidas que no se consuman para saciar la sed: evidentemente el café, el mate, el alcohol. Que se construyan identidades nacionales enteras alrededor de la ceremonia de una infusión o bebida en particular, cuando es una mera excusa para compartir con otras personas, me resulta más interesante que cualquier variedad nueva o sabor exótico de té que pueda probar.

Ya sé que no estoy descubriendo nada nuevo, pero estos últimos meses, en los que lxs abandoné rastreramente y tuve este blog inactivo, le estuve prestando más atención a ese aspecto. Sobre todo porque fue un tiempo particularmente difícil para mí, y ese encuentro con otras personas, tecito mediante, fue a la vez un resguardo y un lugar de sanación, una terapia y un hogar. El sábado, por ejemplo, fui al célebre café Las Violetas por primera vez, con mi amiga Luli. No había una variedad muy interesante de té para elegir, así que fui por lo más básico y me pedí un té negro común. Mi mente estaba mucho más enfocada en la charla que estaba teniendo (una particularmente desgarrada y dramática), pero tampoco es un té sobresaliente: es suave, no tiene un amargor marcado. Tampoco es particularmente ácido, pero no es flojo de sabor. Se siente la esencia malteada, pero no muy intensa. Está bien, cumple. Está a la altura del precio ($660) y las expectativas de un lugar que no se dedica específicamente al té (por otro lado, la atención del local me pareció muy buena y las pequeñas patisseries que venían de acompañamiento eran fragmentos de paraíso). Había otras opciones más caras que no me llamaron la atención, más que el té verde y el Earl Grey. En otro momento serán probadas.

Algunas semanas antes hubo otros tés que se inmiscuyeron entre momentos de contención que mis amistades supieron brindarme. Un té chino muy exótico hecho de jengibre y azúcar negra, extraño pero de intrigador encanto, bastante picante y con un dejo de poción mágica que te daría un curandero, que pude probar en lo de mi amiga Valen. O una variedad en saquitos de la marca Inti Zen de la tisana sudafricana Rooibos con frutos rojos que probé los (varios) días que mi amiga Moli me albergó en su casa en un momento especialmente vulnerable. Siempre había querido probar el Rooibos, que es una infusión de color rojizo que se hace a partir de un arbusto originario de Sudáfrica. Tiene un balance entre dulzor y ácidez cítrica bastante agradable.

Lo que quiero expresar en estos párrafos es un agradecimiento a las personas que me acompañan y me albergan con ellas en un momento en el que me resulta difícil habitarme a mí mismx. Cuando se mastica con desgano, cuando la soledad es particularmente peligrosa, cuando no puedo ni ver la cara de Lana del Rey por los recuerdos dolorosos que me trae o cuando siento que no hay ninguna salida al dolor que siento, la calidez de un abrazo sumada a la calidez de una taza de té en mis manos es un horizonte de esperanzas que me hace aferrarme a este mundo, por más cursi y empalagoso que pueda sonar (es un tanto irónico que me guste el té tan amargo cuando yo soy una persona capaz de causar diabetes de tanta melosidad). Y gracias a ustedes también por leer este blog, a pesar de que cualquier momento se convierta en un diario íntimo. Lxs tékm.

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