Elogio del té con limón

 

La Double Vie de Véronique (1991), de Krzysztof Kieslowski


Las condiciones climáticas parecen haberse convertido en una constante en la prosa cansada de este blog. Quizás las utilizo como excusa, o disparador para dar pie al verdadero contenido que ustedes deciden, por alguna razón que aún se me mantiene esquiva (y bien podría ser objeto de severos cuestionamientos), leer voluntariamente. Hace unos meses fue el calor abrasivo al que nos sometió, de repente, el último verano, y en las últimas semanas los cambios de temperatura bruscos me dejaron en situación de resfrío varios días. Como ser humano con asma y alergia respiratoria, imaginarán que el virus del resfriado causa estragos particularmente grotescos en mi vapuleado cuerpo, por lo que, y ahí es donde cobra sentido tan vueltera introducción, el té con limón fue la bebida que me acompañó en el proceso de sanación.

 Primero, quisiera hacer unas cuantas declaraciones de principios. Para comenzar, siento un visceral rechazo por la idea, tan arraigada en el sentido común y tan profesada por mi madre, de que el té es una bebida para enfermxs. Nada más alejado de mi concepción del té que aquel dicho. En segundo lugar, este blog no es un espacio purista, pero sí uno que se dedica al té en sentido estricto, es decir, no al llamado "té" como sinónimo de "infusión" (dentro del cual entran el té de menta peperina, manzanilla, jengibre, hibiscus, etc., siendo algunos muy loables), sino al realizado con hojas de la planta del té, la camellia sinensis. Y por último, y esto puede entrar en contradicción con los dos primeros postulados, considero al té con limón una bebida distinta al té propiamente dicho, una con entidad y principios propios. Esto se da porque, en la mayoría de los casos, se bebe de acuerdo a intereses del tipo utilitario (curarse de un resfrío o por dolor de garganta, por ejemplo), o bien es consumida por personas que, exclusivamente, toman té solamente si es en su versión con limón (como mi querido amigo Fran puede constatar, y quien se vuelve mi argumento de autoridad).

Dicho esto, que nadie se confunda y tome estos dichos como un peyorativo: el té con limón me encanta, y era necesario darle su debido homenaje en estos párrafos, aún si su clasificación escapa del objeto estricto del blog.

Ya el limón por sí solo merece un elogio, fruta que crece en árboles perennes, cuyo follaje verdoso ilumina las veredas y patios que poseen el privilegio de albergarlos. Árbol de flores solitarias y fruto de fragancias envolventes, el mejor amigo de los buenos paladares culinarios y capaz de borrar fronteras entre la pastelería y las carnes asadas: todos celebran la grandeza del limón. ¿Qué néctar ocultará en sus entrañas para transformar el carmesí oscuro del té negro en un ambarino claro y brillante con apenas unas gotas de su jugo? ¿será su acidez cítrica, que le corta las piernas a la acidez astringente del té? ¿o la potenciación de su amargor, que permite liberar a nuestro niño interior y agregarle considerables cantidades de azúcar? Porque, a diferencia del té común, al té con limón lo tomo con azúcar, y con bastante. Es que ahí está el tema, en realidad tiene más sabor a limón que a té. ¿Eso es un problema? En absoluto, es tan solo lo mejor de dos mundos.

La conexión emocional que tengo con el té con limón es similar a la que tengo con el de manzanilla: me retrotrae a mi infancia, cuando me enfermaba y mi papá hacía el té con limón más rico del mundo. Es una bebida que no tomo si no me siento mal, principalmente porque es mucho más ligero, porque realmente me hace sentir mejor y porque, sinceramente, si tengo resfrío no le puedo sentir el sabor al té como corresponde. Por eso me resisto a integrarlo dentro del mismo grupo de bebidas que el glorioso té. Pero sé que cuando se resientan mis bronquios, me suba la fiebre o se seque mi garganta por gritar el gol de Borja a Boca en el Superclásico, la caricia nectarina del té con limón estará ahí, como siempre. Y no puede haber más grande elogio de mi parte que dedicarle estas dulces (y cítricas) palabras.

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